Hambre de todo

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Desde hace un tiempo, mi amiga Lola, también profesora de francés, intenta convencerme para que escriba relatos cortos en una página donde ella también escribe: Cincuenta palabras. Como su nombre indica, son relatos de tan sólo 50 palabras. Al no tener últimamente  mucho tiempo, no me he dejaba tentar por su proposición,  pero esta última vez… caí en su trampa. Justo después de que quedáramos un grupo de amigas, llegué a casa y me puse a escribir. Sinceramente, disfruté escribiendo y además, me deleita leer cada día los relatos que se publican. Así que, ahora me toca a mí enganchar a alguien. Sé que María, antigua alumna de la Salle, ya ha enviado uno.  ¡Muy bien, María! 

Lola me mandó  su última creación  y, después de leerla,  me llamó mucho la atención el relato que  habían publicado el día anterior. Se titulaba Hambre de todo y es de Freya Póssivel. Aquí lo tenéis:

Said, su nombre. Edad no tiene pues la perdió intentando llegar a Europa. Cada día sin desayunar llega al centro. Camina más de una hora para encontrar sitio en la sala de ordenadores. Le miramos a hurtadillas. ¿A qué jugará este chaval? Aprende a leer con poemas de Gloria Fuertes.  Escrito por Freya Póssivel – Web

Cada día encontramos historias que nos conmueven y la de Said, no deja a nadie indiferente. ¡Ojalá Said ya haya aprendido a leer y escribir y, algún día, pueda contarnos cómo es su vida! Este relato está basado en la historia de un personaje real como nos va a contar a continuación su autora pero esta vez empleará más de cincuenta palabras. Gracias por compartir esta historia con nosotros.

La autora opina: 

Cuando conocí a Said, yo trabajaba en un CAS (Centro de Acompañamiento Social) que hoy ya no existe. Tampoco sé nada de él. Ahora casi todos estamos en riesgo de exclusión social o directamente excluidos pero en ese momento no tanto y para que la historia sea entendible es necesaria esta aclaración. Estar en riesgo de exclusión es no tener lo mínimo asegurado: techo, comida, salud, educación; es decir, lo básico. En el CAS prestábamos apoyo a quienes tenían más complicado cubrir esas necesidades ofreciendo desde asesoría jurídica, laboral y social hasta actividades formativas y de ocio para niños y adultos.

Yo tenía ventitantos y trabajaba en algo que me gustaba. Mileurista y poco, compartía piso, me compraba ropa, libros, iba al cine, de copas y un par de veces al año también de vacaciones.

La primera vez que vi a Said fue precisamente el día antes de viajar a la costa italiana con dos amigas. Estaba pensando en cremas, cámaras de fotos, bikinis y gafas de sol cuando bajó las escaleras de acceso a la sala de ordenadores. Tan delgado y pálido, un niño con ojos cansados.

-¿Gratis?¿Internet?- preguntó

-Sí, sígueme – y le expliqué como acceder a la red y también al resto de los servicios que prestábamos concertándole una cita con la trabajadora social para una hora después.

Acabó mi jornada y emprendí el camino hacia unas estupendas vacaciones. Me acordé del chaval en la playa. Es normal pensareis, pero no. Si trabajas con situaciones duras, con personas que sufren todos los días, no puedes permitirte el lujo de llevarte su dolor a casa; sin embargo, inevitablemente hay veces, hay historias que se te pegan a la piel y cargas con su mirada en tu vida y esto no es bueno ni malo, simplemente sucede y a mí me pasó con Said.

Volví de mi descanso y supe que la trabajadora social se había encargado diligentemente del chico. También supe que este pequeño gran hombre había llegado desde Marruecos en los bajos de un camión buscando a su hermana, que ella se había desentendido de él y que dormía en la calle algunos días, otros en una chabola. Casi nunca comía y pasaba vergüenza, miedo y frío y aún no tenía 13 años. Said se aferró a la idea que aprender a leer le sacaría de esa situación y estoy segura que así ha sido. Ojalá. Inshallah.

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